Deberíamos temerle a la
estetización general de la mercancía. Encontramos arte en los museos, galerías,
pero a la vez también en la banalidad de los objetos cotidianos, en las
paredes, en la calle.
Tenemos que distinguir dos
momentos, el primero es el del simulacro en cierto modo heroico en el que el arte
vive y expresa su propia desaparición, y el segundo es aquel momento en que
gerencia esa desaparición como una especie de herencia negativa.
Hay entonces un momento
iluminador para el arte, que es el de su propia pérdida, y hay también un
momento iluminador de la simulación, el del sacrificio, aquel momento en el que
el arte se sumerge a la banalidad. Pero, por otro lado, hay un momento
desiluminado que es aquel en el que se aprende a vivir de esa banalidad, a
reciclarse en sus propios desechos, pareciéndose esto un poco a un suicidio
fallido.
No es necesario defenderse de la
alienación sino más bien es importante adentremos más para así poder combatirla
con sus propias armas.
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